jueves, 26 de agosto de 2010

Alejandro Chumacero, el niño prodigio del fútbol boliviano


Cuando Alejandro Chumacero era un pequeño “choquito”, llevaba consigo a todas partes una pelota que pateaba como si fuera un profesional. Lo describieron como el niño prodigio de los gambeteos y los balones de fútbol. “Siempre quise jugar de forma profesional. Desde muy chico mi papá y mi mamá nos han apoyado a mí y a mis hermanos, tratando de que llegásemos a donde queríamos. Y aquí estoy, dedicándome al fútbol”.




Era uno de esos niños que agarraba la pelota, gambeteaba si quería a todo el equipo contrario. Era un chiquitín que en los intermedios de los partidos profesionales correteaba en la cancha y recogía aplausos de la tribuna que había ido a ver a los grandes, pero que se llenaba con lo que hacían los pequeños. “Mi debut fue muy lindo, como un sueño. Resultó muy interesante porque logré jugar mi primer partido en primera con gol incluido frente al Universitario de Sucre. Me sentí muy feliz porque debuté con aquellos que yo veía jugar; y los tuve como amigos y compañeros”.



En más de una oportunidad, a su corta edad, a Alejandro Chumacero le tocó abandonar el campo del juego del Hernando Siles ovacionado porque con su técnica era capaz de causar emociones en las graderías. “La gente siempre me hace sentir tranquilo y feliz en cada uno de los partidos que disputo”, explica sonriendo.



No todo fueron grandes momentos para este joven paceño de 19 años. Recuerda perfectamente una anécdota que le sucedió mientras jugaba de juvenil: “Nos cortaron el cabello varias veces. Más tarde, cuando ya estás en el plantel del equipo, creo que te respetan un poquito más —ríe—. Es una de las anécdotas que siempre tendré presente. Recuerdo que estuvimos casi un año así hasta que nos volvió a crecer de nuevo el cabello”. Una experiencia que, como él reconoce, le marcó.



En la actualidad, la gente le para por la calle, le pide autógrafos, quiere tomarse fotos con él… “La gente siempre es muy amigable, sea del equipo que sea. Me han tratado muy bien, respondiendo con mucha humildad, con mucho cariño, porque creo que la gente sabe lo que estamos haciendo”, menciona satisfecho. “Cuando vamos a El Alto, por ejemplo, nos tratan de una manera muy bonita, se acercan para hablar con nosotros, nos hablan con sencillez, es muy tierno”, sonríe.



Dentro del fútbol nacional, su mayor ídolo es el deportista Wálter Flores: “Fue mi compañero en The Strongest durante dos años y él sabía lo que hacía, lo que quería de su vida, y yo trato de imitarlo. Ya no nos vemos mucho, aunque ha sido un referente para mí”. El sueño de Chumacero es jugar en la selección boliviana de fútbol y viajar por todo el mundo haciendo lo que más le gusta: competir.



En el deporte a nivel internacional reconoce que siempre ha sido un gran fan del “mago del balón”, el brasileño Pelé: “Es un futbolista que me ha impresionado muchísimo, del que he aprendido un montón. Nunca le he conocido en persona —y le gustaría—, pero siempre he admirado su forma de jugar, y la humildad que tiene para todo. Creo que ha sido uno de los referentes máximos para mí”.



A los 16 años tuvo a su hijo, Miguel Alejandro, y ahora se ha convertido en una de las parte más importantes de su vida: “Creo que empecé a madurar más rápido, quemé etapas de mi vida. Quizá perdí esa libertad de salir con mis amigos, ir de un lugar a otro, salir un poquito más; pero gracias a Dios estoy muy bien, no me importa nada de eso. Ahora vivo para mi familia, para mi esposa, Joyse Roca, y para mi hijo, que son lo más importante que tengo”.



La Paz le ha tratado muy bien, aunque también admite que no se dedica mucho a pasear por las empinadas calles ch’ukutas. “No salgo mucho de casa, de vez en cuando con mi esposa y con mi hijo. Me gusta caminar por El Prado, a veces salgo y a veces me quedo en casa para descansar, porque después de todo el trabajo físico que tengo en los entrenamientos creo que es donde más reposo hago”.



Cada día entrena durante varias horas en el Complejo Achumani, un lugar donde perfecciona su técnica para seguir deslumbrando al público con sus jugadas. Y ni bien sale le da encuentro a su familia.



Texto: Cristina C. Ugidos Fotos: Ronald Melgarejo y archivo La Razón

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